La Hora

Junín, Mendoza

jueves, 15 de septiembre de 2011

LA CASA DÍAZ

Guillermo Martínez está feliz con la transacción realizada. Adquirió la Casa Díaz en un precio casi irrisorio. La vieja mansión decimonónica de estilo inglés se encontraba en manos del estado y la Municipalidad de Rivadavia creyó más viable vender la propiedad que restaurarla. Es que verdaderamente estaba muy deteriorada.  Su fachada se hallaba cubierta de un tinte negruzco, producto de la humedad. De los frisos que rodeaban la puerta quedaban muy pocas huellas, sobreviviendo estoicamente el nombre de la mansión. Casa Díaz rezaba la leyenda en letras neogóticas colocada en el umbral. El techo de media agua estaba carcomido por el óxido y la mierda de paloma. La puerta se encontraba descascarada y con unos enormes agujeros. La cerradura había sido literalemente volada. La mansión requería una reparación total y se dispuso a comenzar la obra inmediatamente. Ese día lo destinó a comprar pintura, chapas nuevas, madera y machimbres, y a ordenar la fabricación de nuevas rejas que reemplazaran a las herrumbadas que tenía la casa. Realizó esta tarea con pasión, la que en raras oportunidades había tenido en su vida.

En verdad no tuvo mucho apoyo en su utopía reconstructiva. Su familia puso el grito en el cielo frente al febril gasto del hijo solterón. Sus amigos creyeron que había enloquecido. Su asesor financiero trató de disuadirlo de que concretara el negocio y pusiera en peligro el capital adquirido como empresario de la noche del Este. Nada de esto le importó a Guillermo. Pasó todo el día en la casa, junto a un arquitecto y su equipo, quienes lo tranquilizaron al explicarle que, a pesar de las dificultades derivadas del deterioro del edificio, era posible alcanzar el ideal pergeñado por Martínez. Trabajó a destajo y al final decidió pasar la noche en la casa, en un colchón pelado.

Colocó el jergón en una habitación del piso de arriba, cerca de la ventana. La dejó abierta, ya que hacía calor. Era una bella noche de octubre y la luna daba de lleno sobre la ventana y la cara de Martínez. Recordó como principió su empresa. Evocó el costo económico que conllevó el boliche. Rememoró las visiones apocalípticas de su familia zumbando en sus oídos: no va a funcionar. Estás tirando la plata. Se te va a llenar de borrachos y drogadictos. Estudiá y dejate de joder. En verdad era más costoso cargar con sus parientes que restaurar la decrépita casona. Pensando en esto sus ojos de a poco se fueron cerrando y cayó en el sueño, arrullado por los sonidos de las lechuzas, de los sapos, de los grillos. Durmió plácidamente una media hora, más un ruido en la planta baja lo sobresaltó.

Bajó por la escalera, prendió las luces. Había sido una buena idea pedir la reconección del servicio, ya que la casa era muy oscura. Examinó el amplio salón esperando encontrar algún intruso, pero allí no había nadie. Las únicas miradas que caían sobre él eran las de los Díaz, en uno de esos cuadros antiguos donde los participantes de la foto aparecían vestidos para la ocasión, y con una expresión cicunspecta dibujada en su rostro. Martínez no recordaba haberlo visto el día anterior, pero seguramente este detalle se le habría escabullido debido a la ansiedad de la mudanza y la fruición del trabajo realizado.

Volvió a la que había elegido como su alcoba, un depósito de trastos de los que se deshacería al día siguiente. Volvió a dormir. Volvió a soñar. Soñó que estaba en la casa paterna, en Andrade. Soñó estar viendo Carlitos Balá en la tele, tomando la leche. Soñó con la abuela Elvira yendo y viniendo por la cocina. Soñó con el sonido de la pava silbadora. Despertó alarmado. Ya no era parte del sueño. Realmente en la cocina sonaba una pava hirviendo. Bajó, ahora con más prisa y entró a la que fuera cocina de los Díaz. Se quedó absorto, mirando el panorama. Sobre la cocina estaba la pava, todavía humeando. No solo eso. Sobre la mesa de madera que se había encontrado al llegar, estaba puesto un mantel de hule, con figuras de jazmines y flores. Ollas y vasos esperaban ser lavados sobre la mesada. Un almanaque imposible decía que era el año 1978. La casa parecía vivir, aunque detenida en el tiempo.

Pasó al comedor, para ser ahora preso de una sorpresa y un terror indecibles. Al entrar a la sala los cuadros volaron para colocarse solos en la pared. El polvo de los muebles que encontró corroídos por el abandono se disipó, para encontrarse con la pana, el roble y el pino relucientes. La lámpara central ahora era una araña gigantesca, que iluminaba el cuarto con un resplandor blanquecino. Martínez se quedó en el umbral. Sus ojos no daban crédito al espectáculo que estaba viendo.

Entró nuevamente a la cocina. ¿Qué hacer en ese instante?. ¿Entrar de nuevo al comedor renacido?. ¿Volver rápidamente a su habitación, a internarse nuevamente en un sueño que lo hiciera olvidar de esta pesadilla?. ¿Quedarse en la cocina, hasta que este horror terminara?. Recapituló sus recuerdos de niño, cuando se corría el rumor de que la casa estaba embrujada. Arielito decía que allí vivía un viejito, que se quedaba con las pelotas que los niños arrojaban sin querer al patio, después de un puntapié demasiado vehemente. Pero despúes ese miedo había desaparecido, y la ambición por quedarse con el inmueble hizo que se disiparan sus últimos espantos. Ahora comprendía el bajo precio que el agente inmobiliario había colocado a un edificio viejo, sí, pero de un gran valor arquitectónico.

Inspiró aire para envalentonarse y encontrarse con lo inesperado. Ingresó en el comedor y se quedó en un rincón, detrás de las cortinas de raso de color marfil. En el sofá y en los sillones se hallaban apostados un hombre de unos cuarenta y cinco años, que parecía ser el padre de familia y que hablaba por teléfono nerviosamente. Una mujer, un poco más joven, entrada en años pero bella todavía que lloraba en el hombro de una anciana de rostro demacrado.
-                           No está en lo de tu hermana tampoco- decía el hombre.
-                           Ernesto, por favor, sacá el auto y salí a buscarla. A lo mejor está en lo de la amiga esa que tiene en San Martín.
-                           ¿Vos sos loca?. ¿No sabés que después de las nueve de la noche no se puede salir a la calle?. ¿Tenés el teléfono de esa chica?-
-                           No, vos sabés como es tu hija, que no le gusta que la molesten cuando está con las amigas. Pero si está ahí ¿por qué no avisa?-
-                           Por qué desde que va a la facultad hace lo que se le canta el culo, por eso-.
En ese momento entra en la sala una joven de unos veinte años. Es hermosa. Alta, esbelta, su pelo negro cae sobre sus hombros. Sus ojos negros se ven aún más intrigantes delineados. Viste una camisola blanca y una falda floreada. Al entrar es recibida por su familia con abrazos y llantos. Se llama Teresa.

-                           Me están siguiendo, quieren llevarme como se llevaron a Mariela. Los perdí doblando la esquina de Alem y Fausto Arenas.-
-                           ¿Quiénes te quieren llevar?-. preguntó la abuela.
-                           La policía abuela. Mariela se reunía todos los sábados con unos chicos peronistas, y uno de ellos la mandó al frente. Se la llevaron y como yo estaba en su casa creyeron que era del grupo. Papá, hablá con tus amigos gansos, acá hay un error-.

Martínez continuaba observando la escena, pero en su torpeza golpea con su mano derecha y un jarrón cae estrepitosamente al piso.

-                           ¿Y usted quién es?-. le preguntó Ernesto Díaz, poniéndose en guardia ante el intruso.
Martínez iba a comenzar a ensayar alguna excusa, o a contar la verdad de una manera que fuera comprensible para esta familia de los ’70, y para el mismo, sin saber muy bien si el era el ajeno en ese tiempo o lo serían ellos. Iba a comenzar a hablar cuando se escucharon golpes en la puerta, y seguidamente disparos contra la puerta de la mansión.

Al día siguiente los pintores llegaron puntualmente a las nueve de la mañana. No encontraron al dueño de la casa. Tampoco en los días subsiguientes. Cuando la ausencia se hizo demasiado notoria sus familiares y amigos denunciaron la desaparición del empresario de la noche. Lo único que encontraron en el lugar fue su celular, extrañamente deteriorado, como si hubiera estado allí durante años, y una medalla de la escuela Casa de María con la inscripción “promoción 1977”.

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