La Hora

Junín, Mendoza

jueves, 28 de abril de 2011

LA IMPORTANCIA DE LOS ASTROS

El primer partido de Tromel ha terminado de la peor manera. Un 6 a 0 de local detonó la eyección inmediata del director técnico del equipo. Ese martes en la reunión de comisión directiva se barajaban muchos nombres. Pedro Reyes, el técnico campeón con Junín era el candidato propuesto por buena parte de la comisión. Otro nombre que se manejaba era el del veterano de mil batallas Osvaldo “Negro” Mercado. Hasta que la voz de Orellano se eleva sobre las opiniones cruzadas.

-                           ¿Y si le ofrecemos el cargo a Paniguti?

Todos se miraron, primero sorprendidos ante un nombre que hasta el momento no pasaba por la mente de ninguno, y después entusiasmados ante la posibilidad de que el máximo ídolo del club se hiciera cargo del equipo. Paniguti había surgido del club bodeguero hacía veinte años. Su padre trabajaba en la Bodega González Videla y vivía en las casas de los empleados. Pablo Paniguti, Pablito se inscribió en el club, y paseó por un año sus piernitas flacas y su gambeta endiablada por las canchas de la Liga Rivadaviense. Los hinchas del azuloro lo disfrutaron poco. Su carrera empezó a crecer, primero jugando en Palmira. Un pase polémico a San Martín lo puso en las tapas de todos los diarios de Mendoza. Sus pasos posteriores fueron Atlanta, San Lorenzo y el Valencia. ¡Qué orgullo para los trominos verlo en la televisión, haciéndole goles al Barcelona, al Real Madrid!. Su carrera se terminó a los 27 años, joven, por una fractura que nunca pudo curar, pero en las retinas de todos los que lo vieron en un campo de juego quedaba el recuerdo de un fantasista, un genio, un distinto. Volvió a la Argentina, y más precisamente a la finca González Videla, donde vivían sus padres. Los extrañó en su exilio valenciano y regresó a ellos, ahora en la nueva casa que les compró con sus ahorros de futbolista. El hijo pródigo de la comunidad volvía a involucrase con la gente simple que siempre lo admiró, que siempre lo amó, que siempre lo esperó.

El ofrecimiento del cargo y la aceptación se dieron casi a un tiempo. Paniguti estaba feliz de dirigir al equipo y sacarlo de la mediocridad acostumbrada. En verdad, su equipo nunca había peleado un campeonato y el desafío era importante. Asumió un martes en la mañana. Apareció en la práctica con una libretita de carnicero y una birome en la oreja. Cada jugada, cada movimiento de los jugadores los inscribía en el papel. Al finalizar el entrenamiento se reunió con Orellano, el dirigente que había propulsado su llegada al club.

-                           ¿Todavía se pueden contratar jugadores?- consultó Paniguti.
-                           Sí, hay tiempo hasta el jueves de la semana que viene- contestó Orellano.
-                           Qué bueno. Te voy a pedir un favor. Pedí las listas de buena fe de los otros equipos. Fijate que tengan las fechas de nacimiento. Eso es importantísimo.

El dirigente lo miró extrañado pero cumplió con lo pedido. Seguramente algo genial saldría de la cabeza del ídolo.

Paniguti tuvo la lista que pidió. Y empezó a diagramar el plantel, aclarando que si era necesario el dinero para las transferencias saldría de su propio bolsillo. Eligió para el puesto de volante central a Ariel Fernández, de Andrade. Los marcadores laterales seleccionados fueron Gustavo Toro, de Tres Acequias y Pablo González, de La Libertad. El enganche creativo escogido fue Gerardo Meza, el talentoso de Junín, una fantasista como Paniguti. Los marcadores centrales: Carlos Peñaloza, de Reducción y Oscar Quiroga, de La Amistad. Una dupla defensiva con apellido de caudillo y estirpe de líderes – así se los describió a los dirigentes-. El volante por derecha llegó desde la Liga Mendocina, de Gutierrez. Se trataba de Arnaldo Gutierrez, homónimo de su pueblo. El arquero provenía de Maipú: Leonardo Pérez. Faltaban solamente los encargados de generar posibilidades de gol y quien las concretara. Para ello buscó a los punteros derecho Ricardo Bulacio, de Paso de Los Andes; y Roberto Figueroa, de Mundo Nuevo. El 9 no era otro que el goleador del torneo anterior: Martín Calzetti, de La Central. En total sumaban once refuerzos, un equipo entero. Las negociaciones fueron difíciles pero finalizaron rápidamente. El dinero de Paniguti solucionaba cualquier diferencia. Los dirigentes estaban sumamente dichosos. Por primera vez en su historia Tromel tendría un equipo competitivo para buscar aquello que nunca había conseguido: un campeonato.

Los directivos tenían lo que querían el jueves en la tarde. Alcanzó para hacer una práctica el viernes, porque el sábado era para descansar. Lo que desconocían era el método por el que Paniguti había elegido a sus jugadores. Leonardo Pérez, el arquero había nacido el 25 de diciembre, por lo tanto pertenecía al signo de Capricornio. Paniguti lo seleccionó porque los capricornianos son sobrios y buscan la seguridad de los demás. Los laterales Toro y González eran taurinos, pacientes y perseverantes a la hora de empujar desde el fondo al equipo. Los centrales Peñaloza y Quiroga eran leoninos, líderes naturales, egocéntricos incurables que no dudarían en intimidar de cualquier manera a los goleadores rivales. Gutierrez era el orden, el trabajo, la planificación y la estabilidad propios de un volante derecho. Fernández estaba regido por Aries, líder natural y motor del equipo. Meza, la joya, era mental e impredecible, atributos insoslayables de los enganches y de los geminianos. Los punteros Bulacio y Figueroa eran sagitarianos, inquietos y dinámicos a la hora de atacar. Y Calzetti, el ariete ofensivo, decidido y emprendedor, poseía la marca de Escorpio. Paniguti conoció las artes astrológicas en su paso por Europa, y su vida estaba guiada por los planetas. Cada decisión, cada avance, cada nueva empresa no comenzaba para Paniguti sin antes pasar por la opinión de los astros. Y la resolución de tomar la dirección técnica de Tromel no era la excepción.

El día del debut había llegado. Leyó todos los augurios de los adivinadores de los diarios, y observó el vuelo de los pájaros, a la manera de los pronosticadores de la Antigua Roma. La predicción era positiva. El rival no resultaba sencillo. Tres Acequias aparecía como un rival de cuidado. El resultado del partido fue 1 a 1, lo que puso de muy buen humor al técnico. Un empate de visitante frente al subcampeón de la temporada anterior manifestaba una ostensible mejoría en el rendimiento del equipo.
El siguiente paso fue Independiente Reducción, de local. El estadio de Tromel desbordaba de público. Los chicos de las inferiores hicieron banderas azules y amarillas durante la semana, por lo que el cierre olímpico lucía un colorido inusual. La fiesta fue total. Victoria 3 a 0 y una actuación notable del diamante del equipo, Gerardito Meza.

El camino hacia el título parecía allanado. No había ningún equipo en la Liga que igualara a Tromel en seguridad defensiva, creatividad y eficiencia ofensiva. Fueron cayendo como en un dominó imaginario La Libertad y Gargantini, Argentino y Racing, El Mirador y La Central, Mundo Nuevo y Paso de los Andes. Y Paniguti siempre fiel al horóscopo, sin olvidarse de tirar las runas o consultar al I Ching, interés nacido durante el desarrollo del campeonato.

La final fue un 12 de diciembre. El rival: La Amistad de Ingeniero Giagnoni. La noche anterior Paniguti consultó como siempre el horóscopo de cada uno de sus jugadores. Pero algo no estaba bien. La Luna transitaba por el signo de Géminis, por lo que los días del signo de Capricornio en los que se jugaba el encuentro decisivo conformaban una combinación fatal para la estrella Meza. ¿Qué hacer? ¿Confiar en su capacidad de exprimir a sus jugadores para sacarles lo mejor de sí, o seguir como siempre las señales celestes? Esa era la disyuntiva de Paniguti, una perversa opción que no lo dejó dormir en aquella noche de sábado. Llegó muy callado al estadio de Paso de los Andes, donde se jugaría la final. Esta nueva actitud extrañó a los dirigentes, que siempre veían al ídolo de buen humor. Claro, ellos no lo entendían, no tenían la menor idea de los métodos poco ortodoxos de Paniguti.

La charla previa fue parca, exigua, frugal. Una ínfima arenga sorprendió a los jugadores y dirigentes, que esperaban uno de los discursos encendidos que antes de cada encuentro inflaban el pecho de los carreros, como les decían sus enemigos. Más la sorpresa fue mayúscula cuando entregó las camisetas. La 10 recayó en el juvenil Ortigüela, un gran proyecto nadie lo negaba, pero que no estaba a la altura del enorme Meza. Orellano, el dirigente más cercano al técnico lo llevó a un rincón del vestuario.

-                           ¿Qué te pasa? ¿Estás loco?- le dijo, sofocado, el directivo, sin entender nada.
-                           Yo sé lo que hago. Meza hoy se va a mandar una cagada. Lo presiento.- fue la respuesta de un demacrado Paniguti.
-                           Mirá, es claro, lo ponés o te vas antes y el equipo lo dirijo yo. Si no juega Meza y perdemos me arrancan la cabeza. No me vengás con boludeces. ¿Qué sos, adivino ahora?

Paniguti calló, entregado a su ineludible destino. El juego arrancó muy bien para sus dirigidos, con un gol de Calzetti de cabeza, tras un centro de Bulacio. El 1 a 0 a los 9 minutos traía presagios de festejos para todos, menos para el entrenador. El empate sobre los 30 del segundo tiempo no preocupó demasiado. Tromel era muy superior a La Amistad en juego y seguramente terminaría definiendo la contienda a su favor. La tribuna enmudeció 6 minutos después. Pérez, el arquero tuvo su primer error grosero en el año, un centro inofensivo se le escapó de las manos y se introdujo en su arco. Gol en contra.  Los de Giagnoni se colocaban arriba 2 a 1. A partir de ese momento Tromel fue un torbellino, empujando al rival hasta su propio arco. Hasta el último minuto. Meza roba una pelota en la mitad de la cancha. Avanza en diagonal hacia el centro eludiendo rivales como si fueran conos de entrenamiento. Entra en el área y la salida desesperada del arquero verde y amarillo termina con Meza en el piso y el árbitro cobrando penal. ¡Penal! El pateador natural es el mismo Meza. Para todos. Para todos menos para Paniguti.

-                           ¡Fernández, andá vos!-le gritó el técnico al 5.
-                           Deje maestro, lo pateo yo- dijo Meza avanzando resueltamente hacia la pelota.
-                           ¡No, que vaya Fernández! ¡Háganme caso la madre que los parió!

Ya era tarde. Meza había colocado la pelota en el punto del penal. Pensó donde colocar el balón. La lógica era ponerla en el palo izquierdo del arquero. Pero contradiciendo sus condiciones naturales de zurdo pateó hacia la derecha. Le salió un tirito enclenque, indecoroso, nefasto. La pelota avanzó mansamente hacia el arquero Olivera de La Amistad, quién la tomó con pasmosa tranquilidad, haciendo un módico esfuerzo por agacharse. Final del partido. Festejo por el lado de los de Ingeniero Giagnoni. Tristeza y estupor por el lado de los de Tromel. Paniguti estaba atribulado. Los astros estaban en su contra, y a pesar de haber intentado contradecir los designios del destino, no había podido contra él y se había condenado para toda su carrera.

Lo que nunca supo Paniguti era que Olivera, el arquero rival había nacido bajo el signo de Géminis igual que Meza, el pateador. Para uno y para otro el horóscopo del día era el mismo. “Es mejorar no asumir decisiones trascendentales, porque se corre el riesgo de sufrir una gran desilusión”, demostrando la mendacidad y la condición paradojal de la astrología. ¿O será que también detrás de la victoria se puede encontrar algo de desencanto?

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