La Hora

Junín, Mendoza

domingo, 3 de julio de 2011

RESONANCIAS

Marito es el único hijo del doctor Ábalos. Para el abogado esto es una desgracia, ya que su único vástago es este ser indescifrable, misterioso, imbuido en sí mismo; cubierto por una densa capa de mutismo que los años no ayudaron a atravesar. ¡Tanto que lo desearon Mercedes y él, para cargar hasta ahora con este idiota de primera línea!. No lo pudo predecir en el momento de nacer el engendro, si no hubiera movido sus intrincadas influencias para realizar en el hospital alguna oportuna maniobra permutativa con algún niño que estuviera en la plenitud de sus facultades. Pero hace diez años el doctor Emilio Ábalos no detentaba el reconocimiento que hoy goza, fruto de su habilidad y astucia. Solo era un incipiente estudiante, arrendatario de un pequeño departamento de la calle Balcarce.

            Marito al nacer era un nene precioso. Rozagante, con los cachetitos colorados y el pelo negro pegado al cuero cabelludo, había venido al mundo aparentemente sano. Solo llamaba la atención de sus padres su mirada distraída. Marito se quedaba con la vista fija en un punto, como si un ente invisible le hablara y lo sustrajera del amor de Emilio y Mercedes. Marito fue creciendo y su ensimismamiento se fue acrecentando. Al mismo tiempo su padre comenzó a trabajar en la administración pública, ganándose el favor de los políticos de turno, felices por su comportamiento servil. Mercedes sola se ocupaba de la salud de su pequeño, desconcertada por la respuesta de médicos y psicoanalistas.
-                           Este niño es completamente sano- afirmaba el otorrinaringólogo.
-                           Los órganos fonadores actúan correctamente- repetía la fonoaudióloga.
-                           No observo ningún síntoma de autismo- concluía terminantemente el psicólogo.
Pero Marito no hablaba. Y ya tenía tres años.

            Llegó el tiempo de la escuela primaria. Marito se reveló como un alumno brillante. Respondía con certeza pitagórica a los problemas matemáticos. Comprendía a la perfección el sistema de coordenadas geográficas. Demostraba entender como extrema pericia causas y consecuencias de la historia. Se mostraba curioso ante los desafíos de las Ciencias Naturales. La gramática no parecía tener mayores inconvenientes para su mente abierta y veloz. Interpretaba acertadamente los textos y creaba relatos de exquisita textura. Pero no leía. Es decir, no leía en voz alta, porque se le veía abstraído por la lectura, que parecía gustarle mucho. Ya en esos años de primaria Emilio dejó de preocuparse por la educación y la evolución de la patología de su hijo. Su única reflección fue, en aquellos siete años, una sola:
-                           Tengo un hijo que es un boludo sin remedio- repetía cada hora, cada día, cada mes, cada año en los atormentados oídos de una atribulada Mercedes, a la que ni siquiera su amor de madre lograba arrancar una palabra de los labios de Marito.

En la escuela lo llamaban “el mudito”, primero a manera de sorna, pero con el tiempo se transformó en un mote cariñoso. Marito lo soportaba estoicamente, y por eso nunca le faltaron compañeros de juegos y de travesuras. Es que por lo demás Marito era un niño normal, muy lejos del idiota que describía su padre. Su mutismo se debía a alguna oculta razón que nadie que lo conociera podía adivinar, pero que seguramente estaba grabada a fuego en el corazón del niño.

Una tarde Emilio acertó a pasar por el cuarto de Marito cuando la puerta estaba entreabierta. Le pareció escuchar un murmullo, parecido al agua que corre por un arroyo de montaña o el rezo de un monje de clausura. Se asomó y su sorpresa no tuvo límites. Su hijo estaba sentado frente al escritorio, con la vista fija en un libro. Escuchó: Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza… Era “Las ruinas circulares”, de Borges, y Marito se encontraba empapado en la lectura, y por el rictus de su boca al leer parecía feliz. Aminorando su paso Emilio se acercó a su hijo y solo atinó a preguntarle:
-                           ¿Hablás?
Marito contestó:
-                           Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas…

Emilio desbordaba de dicha. Aunque el niño no le había contestado su pregunta escucharlo hablar era para él la segunda gran noticia de la semana, además de su flamante candidatura a concejal. Corrió a avisarle a su esposa la buena nueva:
-                           ¡Marito habla! ¡Está hablando!¡No es un idiota! ¡Ahora sí lo voy a poder mostrar en la presentación de las candidaturas! ¡Ya mismo lo invito al intendente!- todo esto dicho con una excitación que su esposa poco le conocía.
Mercedes padecía de una contradicción interna. Se mezclaban en ella la felicidad por la evolución de Marito, coronada con el don de la palabra, y la desilusión ante el cambio de condición de su esposo, convertido en un oscuro especulador, capaz de usufructuar la mejoría de su hijo para sus intereses personales. Lo abrazó, sí, pero con un nudo en la garganta imposible de desenredar siquiera por Alejandro Magno.

Emilio se hizo dueño de la situación inmediatamente y comenzó a hacer llamadas a sus contactos. Llamó a su familia, quienes mostraron siempre un amor superior al padre del niño. Llamó a la familia de su esposa, quienes quedaron sorprendidos ante el repentino interés del doctor Ábalos por su hijo. Llamó a sus mejores amigos, quienes siempre tuvieron un cariño por Marito cercano a la lástima. Llamó al intendente y a sus nuevos compañeros de la política, quienes vieron en este encuentro familiar la oportunidad de asegurarse el apoyo del pueblo al estar cerca del fenómeno que había conocido la luz del verbo. Puso manos a la obra a la cocinera y a la mucama para que ningún detalle quedara librado al azar. Su esposa lo veía ir y venir, redescubriendo en su marido los bríos que le conoció en su primera juventud.

Una hora antes de que llegaran los invitados Emilio se acercó al dormitorio de su hijo y se aseguró de que todo estuviera bien. Se sentó frente a él y le preguntó:
-                           Hijo, ¿podés hablar?. Por favor, decile algo a tu padre-
-                            En la página 242 de la Historia de la Guerra Europea de Lidell Hart, se lee que una ofensiva de trece divisiones británicas (apoyadas por mil cuatrocientas piezas de artillería) contra la línea Serre-Montauban había sido planeada para el 24 de julio de 1916 y debió postergarse hasta la mañana del día 29. Las lluvias torrenciales (anota el capitán Lidell Hart) provocaron esa demora —nada significativa, por cierto. La siguiente declaración, dictada, releída y firmada por el doctor Yu Tsun, antiguo catedrático de inglés en la Hochschule de Tsingtao, arroja una insospechada luz sobre el caso. Faltan las dos páginas iniciales.
         “... y colgué el tubo. Inmediatamente después, reconocí la voz que había contestado en alemán. Era la del capitán Richard Madden. - fue la respuesta.

No era la respuesta que hubiera querido escuchar, pero al menos se cercioró de que su hijo efectivamente había recuperado el habla. Le intrigaba sobremanera la perfecta dicción del niño, como si realmente hubiera hablado desde muy pequeñas en las sombras de su dormitorio, como si ese hubiese sido su refugio del mundo para aprender a modular vocablos, a utilizar correctamente la sintaxis de las frases, a incluir estas en un texto coherente y cohesionado. Mas, ¿porqué esa obsesión de recitar textos de Borges de memoria?. Lo último que había dicho su hijo era el comienzo de “El jardín de los senderos que se bifurcan”. No importaba, lo relevante es que Marito hablaba, y respondía al estímulo de la charla de su padre.

A las nueve y media de la noche estaban sentados en el living todos los invitados al gran evento. Los padres de Emilio y los de Mercedes. El intendente y sus alcahuetes de turno. Amigos y entenados. Todos allí aguardando el momento de oír al pequeño musitar aunque fuera un “hola” mientras tomaban un café servido por la mucama, que también esperaba escuchar a Marito.

El propio padre fue a buscar a su hijo al dormitorio. Estaba con sus mejores galas.
-                           ¿Estás listo hijo?- preguntó Emilio.
Marito respondió con una sonrisa y una mueca de aprobación.

Sentados en el medio del living, con los invitados a los dos costados Emilio y Mercedes le pidieron al niño que saludara a los invitados. Y así lo hizo Marito:
-                           Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. Lo recuerdo, la cara taciturna y aindiada y singularmente remota, detrás del cigarrillo. Recuerdo (creo) sus manos afiladas de trenzador. Recuerdo cerca de esas manos un mate, con las armas de la Banda Oriental; recuerdo en la ventana de la casa una estera amarilla, con un vago paisaje lacustre. Recuerdo claramente su voz; la voz pausada, resentida y nasal del orillero antiguo, sin los silbidos italianos de ahora. Más de tres veces no lo vi; la última, en 1887... Era el comienzo de “Funes el memorioso”, recitado con exquisita dicción ante los admirados visitantes y los rostros mustios de los progenitores.

Esta historia me fue contada el día posterior a mi mudanza a la casa de los Ábalos, varios años después de los extraños eventos, por unos vecinos chusmas, que reversionaban lo que les habían narrado uno de los asistentes a la reunión de aquella noche. Los Ábalos se mudaron a Godoy Cruz o Guaymallén. Del niño nunca más se supo nada, ya que no se lo volvió a ver en el barrio hasta el día que se fueron. Las teorías acerca del porque de la obstinación de Marito por Borges van de lo lógico a lo demencial. Unos dicen que efectivamente era autista, y encontraba su refugio en la lectura del vate, habiendo memorizado sus textos, uno por uno. Otros, afectos al orientalismo, hablan de una posible reencarnación del poeta en el cuerpo del niño (hipótesis a la que me niego por mi educación cristiana). Los más audaces garantizan conversaciones nocturnas entre el niño y un espíritu que le dictaba los cuentos y poemas, espectro que podría ser del mismo Borges. Mi cientificismo lucha denodadamente contra estas supercherías y no es capaz de aceptar esta afirmación. Aunque juro que en un par de noches he escuchado en la habitación que fuera otrora del pequeño una tenue voz casi impreceptible recitando:

- Zumban las balas en la tarde última.
   Hay viento y hay cenizas en el viento,
   se dispersan el día y la batalla
 deforme, y la victoria es de los otros.
             Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.

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