El doctor le acaba de decir a Daniela que estoy clínicamente muerto. No entiendo el adverbio, se está muerto o no se está. No muevo ningún órgano de mi cuerpo desde el ACV, no puedo ver ni hablar, pero si escucho. Los escucho a todos. Huelo también. Y siento. Siento la brisa de la primavera que entra por la ventana. Siento la mano de Daniela cuando llega alguna visita. Siento el calmante entrando por el suero. Siento la orina saliendo por mi sonda prostática, como si fuera una llama ardiente. Siento la molestia en mi traquea que me provoca la otra sonda, la nasogástrica, por la que me introducen el alimento licuado. Un verdadero asco.
A pesar de estar prácticamente muerto – yo también uso adverbios- me llevan esta tarde a hacer una tomografía computada. No se para qué. Córtenme el oxígeno y listo. No soporto sentirme un vegetal. Un vegetal que también escucha. Ayer tuve muchas visitas, algunos que no se acercaban cuando estaba clínicamente vivo. Temprano vinieron mis hermanos. ¿Qué buscan estos pájaros de mal agüero?. Seguramente su parte. Pero Daniela no va a permitir que se queden con nada. Ya la instruí antes de esto. A ella y a Walter. Ni las gracias a los que en vida me ignoraron, ratas envidiosas. Vino Juan Carlos, suponiendo que su condición de hermano mayor le daba prerrogativas extraordinarias. Este es el mayor resentido, quiere mi guita para gastarla con los gatos con los que se pasea a costa mía, porque si no fuera por mí la bodega ya hubiera quebrado. ¿Qué va a hacer este infeliz si la maneja él?. Quiebra. A éste menos que a nadie. Vino con Estelita. Espero que esté conforme con la casa en El Espino. A ella siempre le gustó vivir en el campo, con el olor a guano penetrándole las fosas nasales. No es mala Estelita, solo que no la entiendo en esa persistencia de regar con agua de pozo, cocinar con garrafa y bañarse con el agua del calefón de leña. Siquiera se hubiera casado. Pero ¿quien se va a casar con una vieja de 65 años, amargada, siempre vestida de negro?. Pensándolo bien la casa paterna es suficiente para una mujer sola como ella.
A la tarde cayó Enrique. Es jubilado de YPF, ¿qué puede necesitar de mí?. Gana bien, se va de vacaciones con la loca de mi cuñada todos los años. Este año se fueron a las Termas. ¡Qué joda se tienen que haber hecho!. Horrible destino. Con Daniela el año pasado nos fuimos a Punta Cana. ¡Qué diferencia!. Bueno mamá, no me mires así. Ellos me miran con desprecio, aún en mi lecho de muerte: ¿por qué yo tengo que tener contemplaciones con ellos?. Ojalá hubiera tenido hijos. Aunque después de lo que le pasó a Viterbo con el flojo del hijo es una bendición. O lo que les pasó a papá y a vos con Juan Carlos.
Walter a la noche llamó a Benítez. Él va a administrar las fincas de Chapanay y Buen Orden. Él si que siempre estuvo conmigo, así que tengo que premiar esa fidelidad. Nunca me voy a olvidar cuando falsificó los vales con los que les pagué a los empleados en los años del corralito. Ese montón de vagos me querían hacer quilombo por las horas extra y porque cobraban atrasado. ¿Qué querían que hiciera? ¿Qué me sacara la comida de la boca para dársela a ellos?. Ya conseguirán otro trabajo, si es que son tan guapos como dicen que son. O un plan Trabajar, para que cuando salgan del banco se gasten la plata en cerveza y cigarrillos. Así son los negros mamá. Vos les das y ellos te pagan con mierda.
No siempre fui así mamá, vos lo sabés. Fui feliz algún día. Era feliz jugando a la pelota con los Quevedo, los Arias, los Cenci. Era feliz cuando iba a la cancha de Andrade los domingos. Era feliz cuando leía los libros que me regalaba tía Mónica. La Vuelta al Mundo en 80 días, El Corsario Negro, Corazón… Me iba a caminar por el callejón y me sentaba a leer bajo la sombra de un álamo. Ese era mi mundo perfecto. Ese y cuando conocí a Daniela. Vos nunca la quisiste. Que era muy joven y linda para un tipo grande como yo. Que había tenido una historia con el doctor Mendoza. Que … tantas cosas se dijeron, pero ya la ves, a mi lado, despidiéndome en mi lecho de muerte, respirando estos aires de cloroformo de los hospitales que siempre odié.
Walter tampoco se ha despegado de la cama. Siempre leal, siempre obediente. Y hábil. Para que los negocios funcionen es necesario tener un abogado inteligente al lado. Y él siempre estuvo. Es más, él estaba en casa cuando tuve el accidente. Estábamos armando el asunto de la exportación a China. No sabés mamá lo jodidos que son los chinos para negociar. Ellos querían más mosto que vino, y nosotros empujando para que nos compraran el excedente. Mirá que en los 90 tratamos con los vietnamitas y los de Singapur, pero estos tipos no se comen ninguna. Papá derivaba toda la producción para el mercado interno, pero la bodega nunca levantó. Y los vinos de esa época eran vergonzantes, un caldo. No te enojes mamá, pero el viejo nunca supo como tener ganancias, ¿o no te acordás de la necesidad que pasamos en la época de Llaver?. En cambio desde que tomé las riendas yo, te compré la casa, me compré la mía y hasta les di de comer a los parásitos de tus otros hijos.
Escucho a Daniela. Le dice a Walter que me tienen que hacer una panangiografía, o algo así. Ya no quiero que me toquen más la cabeza. Me quiero morir mamá. No entiendo porqué me quieren retener si el hilo se está por cortar. Me gustaría irme como te fuiste vos, tranquila, con tu sonrisa Mona Lisa, si parecía que te burlabas de todos nosotros que te llorábamos. Sí, yo también lloré. Cuando volví a casa, no me podía mostrar débil ante los débiles. O irme como papá, con una lanza invisible en el corazón que me desmorone en un minuto. Pero llevo cinco meses así mamá. Así se lo escuché al doctor. Y la verdad es que quiero volver a caminar de tu mano, como cuando me llevabas a la escuela, como cuando íbamos los sábados en la noche a Rivadavia a pasear por el centro y me agarrabas fuerte la mano para que no me fuera con otra pareja, como esa noche que me colgué de la mano de otra señora, y cuando levanté la cabeza y vi que no eras vos me desesperé y empecé a gritar hasta que vos llegaste corriendo y me alzaste. Me acuerdo también de la paliza de papá – un día te van a llevar los gitanos- me amedrentaba el viejo, y agregaba cuentos de ladrones de niños, que para colmo de males eran antropófagos. Y yo le creía. Y me gustaba creerle. Eran otros tiempos, tiempos en los que era preferible creer en historias de fantasmas y viejos de la bolsa que en la realidad.