La Hora

Junín, Mendoza

sábado, 30 de abril de 2011

MUERTE CLÍNICA

El doctor le acaba de decir a Daniela que estoy clínicamente muerto. No entiendo el adverbio, se está muerto o no se está. No muevo ningún órgano de mi cuerpo desde el ACV, no puedo ver ni hablar, pero si escucho. Los escucho a todos. Huelo también. Y siento. Siento la brisa de la primavera que entra por la ventana. Siento la mano de Daniela cuando llega alguna visita. Siento el calmante entrando por el suero. Siento la orina saliendo por mi sonda prostática, como si fuera una llama ardiente. Siento la molestia en mi traquea que me provoca la otra sonda, la nasogástrica, por la que me introducen el alimento licuado. Un verdadero asco.

A pesar de estar prácticamente muerto – yo también uso adverbios- me llevan esta tarde a hacer una tomografía computada. No se para qué. Córtenme el oxígeno y listo. No soporto sentirme un vegetal. Un vegetal que también escucha. Ayer tuve muchas visitas, algunos que no se acercaban cuando estaba clínicamente vivo. Temprano vinieron mis hermanos. ¿Qué buscan estos pájaros de mal agüero?. Seguramente su parte. Pero Daniela no va a permitir que se queden con nada. Ya la instruí antes de esto. A ella y a Walter. Ni las gracias a los que en vida me ignoraron, ratas envidiosas. Vino Juan Carlos, suponiendo que su condición de hermano mayor le daba prerrogativas extraordinarias. Este es el mayor resentido, quiere mi guita para gastarla con los gatos con los que se pasea a costa mía, porque si no fuera por mí la bodega ya hubiera quebrado. ¿Qué va a hacer este infeliz si la maneja él?. Quiebra. A éste menos que a nadie. Vino con Estelita. Espero que esté conforme con la casa en El Espino. A ella siempre le gustó vivir en el campo, con el olor a guano penetrándole las fosas nasales. No es mala Estelita, solo que no la entiendo en esa persistencia de regar con agua de pozo, cocinar con garrafa y bañarse con el agua del calefón de leña. Siquiera se hubiera casado. Pero ¿quien se va a casar con una vieja de 65 años, amargada, siempre vestida de negro?. Pensándolo bien la casa paterna es suficiente para una mujer sola como ella.

A la tarde cayó Enrique. Es jubilado de YPF, ¿qué puede necesitar de mí?. Gana bien, se va de vacaciones con la loca de mi cuñada todos los años. Este año se fueron a las Termas. ¡Qué joda se tienen que haber hecho!. Horrible destino. Con Daniela el año pasado nos fuimos a Punta Cana. ¡Qué diferencia!. Bueno mamá, no me mires así. Ellos me miran con desprecio, aún en mi lecho de muerte: ¿por qué yo tengo que tener contemplaciones con ellos?. Ojalá hubiera tenido hijos. Aunque después de lo que le pasó a Viterbo con el flojo del hijo es una bendición. O lo que les pasó a papá y a vos con Juan Carlos.

Walter a la noche llamó a Benítez. Él va a administrar las fincas de Chapanay y Buen Orden. Él si que siempre estuvo conmigo, así que tengo que premiar esa fidelidad. Nunca me voy a olvidar cuando falsificó los vales con los que les pagué a los empleados en los años del corralito. Ese montón de vagos me querían hacer quilombo por las horas extra y porque cobraban atrasado. ¿Qué querían que hiciera? ¿Qué me sacara la comida de la boca para dársela a ellos?. Ya conseguirán otro trabajo, si es que son tan guapos como dicen que son. O un plan Trabajar, para que cuando salgan del banco se gasten la plata en cerveza y cigarrillos. Así son los negros mamá. Vos les das y ellos te pagan con mierda.

No siempre fui así mamá, vos lo sabés. Fui feliz algún día. Era feliz jugando a la pelota con los Quevedo, los Arias, los Cenci. Era feliz cuando iba a la cancha de Andrade los domingos. Era feliz cuando leía los libros que me regalaba tía Mónica. La Vuelta al Mundo en 80 días, El Corsario Negro, Corazón… Me iba a caminar por el callejón y me sentaba a leer bajo la sombra de un álamo. Ese era mi mundo perfecto. Ese  y cuando conocí a Daniela. Vos nunca la quisiste. Que era muy joven y linda para un tipo grande como yo. Que había tenido una historia con el doctor Mendoza. Que … tantas cosas se dijeron, pero ya la ves, a mi lado, despidiéndome en mi lecho de muerte, respirando estos aires de cloroformo de los hospitales que siempre odié.

Walter tampoco se ha despegado de la cama. Siempre leal, siempre obediente. Y hábil. Para que los negocios funcionen es necesario tener un abogado inteligente al lado. Y él siempre estuvo. Es más, él estaba en casa cuando tuve el accidente. Estábamos armando el asunto de la exportación a China. No sabés mamá lo jodidos que son los chinos para negociar. Ellos querían más mosto que vino, y nosotros empujando para que nos compraran el excedente. Mirá que en los 90 tratamos con los vietnamitas y los de Singapur, pero estos tipos no se comen ninguna. Papá derivaba toda la producción para el mercado interno, pero la bodega nunca levantó. Y los vinos de esa época eran vergonzantes, un caldo. No te enojes mamá, pero el viejo nunca supo como tener ganancias, ¿o no te acordás de la necesidad que pasamos en la época de Llaver?. En cambio desde que tomé las riendas yo, te compré la casa, me compré la mía y hasta les di de comer a los parásitos de tus otros hijos.

Escucho a Daniela. Le dice a Walter que me tienen que hacer una panangiografía, o algo así. Ya no quiero que me toquen más la cabeza. Me quiero morir mamá. No entiendo porqué me quieren retener si el hilo se está por cortar. Me gustaría irme como te fuiste vos, tranquila, con tu sonrisa Mona Lisa, si parecía que te burlabas de todos nosotros que te llorábamos. Sí, yo también lloré. Cuando volví a casa, no me podía mostrar débil ante los débiles. O irme como papá, con una lanza invisible en el corazón que me desmorone en un minuto. Pero llevo cinco meses así mamá. Así se lo escuché al doctor. Y la verdad es que quiero volver a caminar de tu mano, como cuando me llevabas a la escuela, como cuando íbamos los sábados en la noche a Rivadavia a pasear por el centro y me agarrabas fuerte la mano para que no me fuera con otra pareja, como esa noche que me colgué de la mano de otra señora, y cuando levanté la cabeza y vi que no eras vos me desesperé y empecé a gritar hasta que vos llegaste corriendo y me alzaste. Me acuerdo también de la paliza de papá – un día te van a llevar los gitanos- me amedrentaba el viejo, y agregaba cuentos de ladrones de niños, que para colmo de males eran antropófagos. Y yo le creía. Y me gustaba creerle. Eran otros tiempos, tiempos en los que era preferible creer en historias de fantasmas y viejos de la bolsa que en la realidad.

           Me veo en la cama. ¿Qué pasa mamá? Es como que soy yo y no soy. Hace mucho que no veía y lo que primero que observo es triste, patético, definitivo. Mi cuerpo inerte en el lecho, lleno de tubos, con el líquido de suero entrando por mi muñeca. Esa luz en la puerta, ¿adónde va?. Y ese olor…, me resulta familiar. No me vas a creer, huelo a tu salsa de tomate. Huelo también los jazmines del patio de la casa de Andrade, huelo a orujo, a la bodega en tiempo de cosecha. Escucho el canto de los jilgueros, los zorzales, los cabecitas negras, los tordos, los pitojuanes…  Agarrame fuerte, porque me siento débil. Vamos hacia la luz. Me gusta ir de la mano otra vez con vos. Me siento como cuando tenía diez años. Ya no me importa mi cuerpo. En cualquier momento Daniela y Walter lo tocarán y comprobarán que no tiene signos vitales.  Lo harán cuando dejen de mirarse perdidos el uno en los ojos del otro, navegando en su mar de juventud y de amor disimulado.

jueves, 28 de abril de 2011

LA IMPORTANCIA DE LOS ASTROS

El primer partido de Tromel ha terminado de la peor manera. Un 6 a 0 de local detonó la eyección inmediata del director técnico del equipo. Ese martes en la reunión de comisión directiva se barajaban muchos nombres. Pedro Reyes, el técnico campeón con Junín era el candidato propuesto por buena parte de la comisión. Otro nombre que se manejaba era el del veterano de mil batallas Osvaldo “Negro” Mercado. Hasta que la voz de Orellano se eleva sobre las opiniones cruzadas.

-                           ¿Y si le ofrecemos el cargo a Paniguti?

Todos se miraron, primero sorprendidos ante un nombre que hasta el momento no pasaba por la mente de ninguno, y después entusiasmados ante la posibilidad de que el máximo ídolo del club se hiciera cargo del equipo. Paniguti había surgido del club bodeguero hacía veinte años. Su padre trabajaba en la Bodega González Videla y vivía en las casas de los empleados. Pablo Paniguti, Pablito se inscribió en el club, y paseó por un año sus piernitas flacas y su gambeta endiablada por las canchas de la Liga Rivadaviense. Los hinchas del azuloro lo disfrutaron poco. Su carrera empezó a crecer, primero jugando en Palmira. Un pase polémico a San Martín lo puso en las tapas de todos los diarios de Mendoza. Sus pasos posteriores fueron Atlanta, San Lorenzo y el Valencia. ¡Qué orgullo para los trominos verlo en la televisión, haciéndole goles al Barcelona, al Real Madrid!. Su carrera se terminó a los 27 años, joven, por una fractura que nunca pudo curar, pero en las retinas de todos los que lo vieron en un campo de juego quedaba el recuerdo de un fantasista, un genio, un distinto. Volvió a la Argentina, y más precisamente a la finca González Videla, donde vivían sus padres. Los extrañó en su exilio valenciano y regresó a ellos, ahora en la nueva casa que les compró con sus ahorros de futbolista. El hijo pródigo de la comunidad volvía a involucrase con la gente simple que siempre lo admiró, que siempre lo amó, que siempre lo esperó.

El ofrecimiento del cargo y la aceptación se dieron casi a un tiempo. Paniguti estaba feliz de dirigir al equipo y sacarlo de la mediocridad acostumbrada. En verdad, su equipo nunca había peleado un campeonato y el desafío era importante. Asumió un martes en la mañana. Apareció en la práctica con una libretita de carnicero y una birome en la oreja. Cada jugada, cada movimiento de los jugadores los inscribía en el papel. Al finalizar el entrenamiento se reunió con Orellano, el dirigente que había propulsado su llegada al club.

-                           ¿Todavía se pueden contratar jugadores?- consultó Paniguti.
-                           Sí, hay tiempo hasta el jueves de la semana que viene- contestó Orellano.
-                           Qué bueno. Te voy a pedir un favor. Pedí las listas de buena fe de los otros equipos. Fijate que tengan las fechas de nacimiento. Eso es importantísimo.

El dirigente lo miró extrañado pero cumplió con lo pedido. Seguramente algo genial saldría de la cabeza del ídolo.

Paniguti tuvo la lista que pidió. Y empezó a diagramar el plantel, aclarando que si era necesario el dinero para las transferencias saldría de su propio bolsillo. Eligió para el puesto de volante central a Ariel Fernández, de Andrade. Los marcadores laterales seleccionados fueron Gustavo Toro, de Tres Acequias y Pablo González, de La Libertad. El enganche creativo escogido fue Gerardo Meza, el talentoso de Junín, una fantasista como Paniguti. Los marcadores centrales: Carlos Peñaloza, de Reducción y Oscar Quiroga, de La Amistad. Una dupla defensiva con apellido de caudillo y estirpe de líderes – así se los describió a los dirigentes-. El volante por derecha llegó desde la Liga Mendocina, de Gutierrez. Se trataba de Arnaldo Gutierrez, homónimo de su pueblo. El arquero provenía de Maipú: Leonardo Pérez. Faltaban solamente los encargados de generar posibilidades de gol y quien las concretara. Para ello buscó a los punteros derecho Ricardo Bulacio, de Paso de Los Andes; y Roberto Figueroa, de Mundo Nuevo. El 9 no era otro que el goleador del torneo anterior: Martín Calzetti, de La Central. En total sumaban once refuerzos, un equipo entero. Las negociaciones fueron difíciles pero finalizaron rápidamente. El dinero de Paniguti solucionaba cualquier diferencia. Los dirigentes estaban sumamente dichosos. Por primera vez en su historia Tromel tendría un equipo competitivo para buscar aquello que nunca había conseguido: un campeonato.

Los directivos tenían lo que querían el jueves en la tarde. Alcanzó para hacer una práctica el viernes, porque el sábado era para descansar. Lo que desconocían era el método por el que Paniguti había elegido a sus jugadores. Leonardo Pérez, el arquero había nacido el 25 de diciembre, por lo tanto pertenecía al signo de Capricornio. Paniguti lo seleccionó porque los capricornianos son sobrios y buscan la seguridad de los demás. Los laterales Toro y González eran taurinos, pacientes y perseverantes a la hora de empujar desde el fondo al equipo. Los centrales Peñaloza y Quiroga eran leoninos, líderes naturales, egocéntricos incurables que no dudarían en intimidar de cualquier manera a los goleadores rivales. Gutierrez era el orden, el trabajo, la planificación y la estabilidad propios de un volante derecho. Fernández estaba regido por Aries, líder natural y motor del equipo. Meza, la joya, era mental e impredecible, atributos insoslayables de los enganches y de los geminianos. Los punteros Bulacio y Figueroa eran sagitarianos, inquietos y dinámicos a la hora de atacar. Y Calzetti, el ariete ofensivo, decidido y emprendedor, poseía la marca de Escorpio. Paniguti conoció las artes astrológicas en su paso por Europa, y su vida estaba guiada por los planetas. Cada decisión, cada avance, cada nueva empresa no comenzaba para Paniguti sin antes pasar por la opinión de los astros. Y la resolución de tomar la dirección técnica de Tromel no era la excepción.

El día del debut había llegado. Leyó todos los augurios de los adivinadores de los diarios, y observó el vuelo de los pájaros, a la manera de los pronosticadores de la Antigua Roma. La predicción era positiva. El rival no resultaba sencillo. Tres Acequias aparecía como un rival de cuidado. El resultado del partido fue 1 a 1, lo que puso de muy buen humor al técnico. Un empate de visitante frente al subcampeón de la temporada anterior manifestaba una ostensible mejoría en el rendimiento del equipo.
El siguiente paso fue Independiente Reducción, de local. El estadio de Tromel desbordaba de público. Los chicos de las inferiores hicieron banderas azules y amarillas durante la semana, por lo que el cierre olímpico lucía un colorido inusual. La fiesta fue total. Victoria 3 a 0 y una actuación notable del diamante del equipo, Gerardito Meza.

El camino hacia el título parecía allanado. No había ningún equipo en la Liga que igualara a Tromel en seguridad defensiva, creatividad y eficiencia ofensiva. Fueron cayendo como en un dominó imaginario La Libertad y Gargantini, Argentino y Racing, El Mirador y La Central, Mundo Nuevo y Paso de los Andes. Y Paniguti siempre fiel al horóscopo, sin olvidarse de tirar las runas o consultar al I Ching, interés nacido durante el desarrollo del campeonato.

La final fue un 12 de diciembre. El rival: La Amistad de Ingeniero Giagnoni. La noche anterior Paniguti consultó como siempre el horóscopo de cada uno de sus jugadores. Pero algo no estaba bien. La Luna transitaba por el signo de Géminis, por lo que los días del signo de Capricornio en los que se jugaba el encuentro decisivo conformaban una combinación fatal para la estrella Meza. ¿Qué hacer? ¿Confiar en su capacidad de exprimir a sus jugadores para sacarles lo mejor de sí, o seguir como siempre las señales celestes? Esa era la disyuntiva de Paniguti, una perversa opción que no lo dejó dormir en aquella noche de sábado. Llegó muy callado al estadio de Paso de los Andes, donde se jugaría la final. Esta nueva actitud extrañó a los dirigentes, que siempre veían al ídolo de buen humor. Claro, ellos no lo entendían, no tenían la menor idea de los métodos poco ortodoxos de Paniguti.

La charla previa fue parca, exigua, frugal. Una ínfima arenga sorprendió a los jugadores y dirigentes, que esperaban uno de los discursos encendidos que antes de cada encuentro inflaban el pecho de los carreros, como les decían sus enemigos. Más la sorpresa fue mayúscula cuando entregó las camisetas. La 10 recayó en el juvenil Ortigüela, un gran proyecto nadie lo negaba, pero que no estaba a la altura del enorme Meza. Orellano, el dirigente más cercano al técnico lo llevó a un rincón del vestuario.

-                           ¿Qué te pasa? ¿Estás loco?- le dijo, sofocado, el directivo, sin entender nada.
-                           Yo sé lo que hago. Meza hoy se va a mandar una cagada. Lo presiento.- fue la respuesta de un demacrado Paniguti.
-                           Mirá, es claro, lo ponés o te vas antes y el equipo lo dirijo yo. Si no juega Meza y perdemos me arrancan la cabeza. No me vengás con boludeces. ¿Qué sos, adivino ahora?

Paniguti calló, entregado a su ineludible destino. El juego arrancó muy bien para sus dirigidos, con un gol de Calzetti de cabeza, tras un centro de Bulacio. El 1 a 0 a los 9 minutos traía presagios de festejos para todos, menos para el entrenador. El empate sobre los 30 del segundo tiempo no preocupó demasiado. Tromel era muy superior a La Amistad en juego y seguramente terminaría definiendo la contienda a su favor. La tribuna enmudeció 6 minutos después. Pérez, el arquero tuvo su primer error grosero en el año, un centro inofensivo se le escapó de las manos y se introdujo en su arco. Gol en contra.  Los de Giagnoni se colocaban arriba 2 a 1. A partir de ese momento Tromel fue un torbellino, empujando al rival hasta su propio arco. Hasta el último minuto. Meza roba una pelota en la mitad de la cancha. Avanza en diagonal hacia el centro eludiendo rivales como si fueran conos de entrenamiento. Entra en el área y la salida desesperada del arquero verde y amarillo termina con Meza en el piso y el árbitro cobrando penal. ¡Penal! El pateador natural es el mismo Meza. Para todos. Para todos menos para Paniguti.

-                           ¡Fernández, andá vos!-le gritó el técnico al 5.
-                           Deje maestro, lo pateo yo- dijo Meza avanzando resueltamente hacia la pelota.
-                           ¡No, que vaya Fernández! ¡Háganme caso la madre que los parió!

Ya era tarde. Meza había colocado la pelota en el punto del penal. Pensó donde colocar el balón. La lógica era ponerla en el palo izquierdo del arquero. Pero contradiciendo sus condiciones naturales de zurdo pateó hacia la derecha. Le salió un tirito enclenque, indecoroso, nefasto. La pelota avanzó mansamente hacia el arquero Olivera de La Amistad, quién la tomó con pasmosa tranquilidad, haciendo un módico esfuerzo por agacharse. Final del partido. Festejo por el lado de los de Ingeniero Giagnoni. Tristeza y estupor por el lado de los de Tromel. Paniguti estaba atribulado. Los astros estaban en su contra, y a pesar de haber intentado contradecir los designios del destino, no había podido contra él y se había condenado para toda su carrera.

Lo que nunca supo Paniguti era que Olivera, el arquero rival había nacido bajo el signo de Géminis igual que Meza, el pateador. Para uno y para otro el horóscopo del día era el mismo. “Es mejorar no asumir decisiones trascendentales, porque se corre el riesgo de sufrir una gran desilusión”, demostrando la mendacidad y la condición paradojal de la astrología. ¿O será que también detrás de la victoria se puede encontrar algo de desencanto?

miércoles, 20 de abril de 2011

ROSARIO SIEMPRE ESTUVO CERCA


Ángel y Fernando ya han guardado todo su equipaje en el baúl del Corolla y se disponen a partir hacia Rosario. La excusa es el Congreso de Literaturas Regionales, aunque esconden en sus corazones el íntimo deseo de conocer la ciudad a orillas del Paraná. El espíritu del Che, de Fontanarrosa, del Negro Olmedo los llama a visitar el templo de la bohemia y de las mujeres hermosas.
-La música la pongo yo, a ver si te gusta- impone el profesor Fernando Arenas, el acompañante.
-Acepto, pero ojo que tengo gustos muy selectos- marca terreno el profesor Ángel Muradas, el conductor.

En el estéreo suena Giros, de Fito. Ángel aprueba enfáticamente la elección y toman la ruta 7 en el puente de Tropero Sosa. Fernando saca el mate para amenizar el viaje. Será un largo trayecto y se proponen pasarla bien. Giros... fotografía de distintos lugares, fotograficamente tan distantes.

Llegan a Desaguadero a las siete y cuarto. Ya están en San Luis. Hacia el este se ven negros nubarrones que se ciernen sobre la provincia mediterránea. A medida que avanzan por la doble vía pasan la entrada a los pueblos puntanos. Los accesos a Jarilla, Alto Pencoso, Chosmes, Balde se desdibujan, primero con una tenue llovizna y después con una copiosa lluvia. El otoño y su mal tiempo arrecian pero para los profesores es un elemento más en la felicidad de ese viaje tan esperado. No más. Por hoy. De verdad. Un cross. Un flash. Es igual. Siempre así lejos en Berlín,  lejos de todos y hasta lejos de mi, cuando no estas. Lejos en Berlín suena en la radio y los dos compañeros cantan a toda voz.

A la altura de la curva del Autódromo de San Luis la lluvia no deja ver más allá de cien metros hacia adelante. La ruta se torna resbaladiza y Ángel debe aminorar la marcha. Solo alcanza a avizorar las balizas del automóvil que lo precede, el cual también ha reducido la velocidad.
- Ángel, creo que sería mejor hacer noche en San Luis. Conozco un buen hotel cerca de la terminal.- advierte Fernando.
- No te hagas problema, puedo manejar, aunque sea un rato más- tranquiliza el conductor a su acompañante.

Al llegar a La Cumbre un fuerte resplandor encandila al conductor. No sabe si es un camión o un colectivo. Lo que sí sabe es que se le viene encima y solo un volantazo oportuno evitará el choque frontal. El miedo invade a los dos amigos que ven ante sus ojos el final de sus jóvenes vidas…

Superado el encandilamiento siguen rumbo al este, con la precipitación persistente cayendo sobre la noche puntana. Ahora es una inmensa cortina de agua la que impide de manera parcial la visibilidad en la ruta. Donovan, Granville, Fraga… Los carteles indicadores direccionan a los automovilistas hacia estos pueblos incrustados en una zona regada de plantaciones de maíz y soja, aunque en este diluvio el paisaje semeja a los garabatos de un niño queriendo imitar la naturaleza. Manejar se hace insostenible, por lo que Ángel decide hacer noche en Villa Mercedes. Son casi las diez, y está cansado, el mal tiempo los ha hecho demorar más de lo previsto y Ángel está extenuado por el difícil periplo.

A las nueve de la mañana del día siguiente, jueves 28 de febrero de 2011, los profesores de Literatura ya están desayunando en el hotel de la Avenida Origone, frente al monumento al aviador. Al salir se detienen en un quiosco de revistas y compran El Diario de San Luis para leerlo durante el viaje. El sol ha salido y las calles están inundadas por las incesantes lluvias, pero el tiempo parece mejorar y es propicio para seguir la aventura. Fito otra vez en la radio. Todos ya nos fuimos de aquí, todos ya nos fuimos de casa Para tocar rock & roll. La Rueda Mágica gira y Rosario empieza a estar más cerca.

El próximo destino es el peaje de Justo Daract, ciudad que se encuentra invadida por una molesta bruma. El empleado del peaje no se ve dentro de la caseta y recibe su pago sin siquiera saludar. A los pocos minutos entran en la provincia de Córdoba. El paisaje cambia radicalmente. Enormes extensiones de pastizales, con ganado vacuno pastando en ellos; caldenes, talas y chañares flanquean la ruta. Se detienen a cargar combustible en Vicuña Mackenna y continúan la travesía. A poco andar los sobrepasa un Torino a gran velocidad. Este tramo de la vía semeja un túnel del tiempo. Desde el sentido contrario vienen Chevys y Falcons, Taunus y Sierras, Fuegos y 504. Un parque automotor de los ’80 ha tomado posesión del camino, dejando al Corolla en la posición de una nave espacial. La imposibilidad de los viajeros de adquirir un automóvil nuevo o un extraño desorden temporal son las únicas explicaciones del fenómeno. General Levalle, Laboulaye, Rosales y su laguna, Leguizamón quedan atrás. Ya están en Santa Fe. Hay recuerdos que no voy a borrar, personas que no voy a olvidar, silencios que prefiero callar canturrea Fernando, quien ahora conduce el coche y Ángel lo acompaña en los coros. Ángel lee el diario comprado en San Luis, pero solo el deporte. No tiene ganas de amargarse con malas noticias.

-                           Uh, el domingo juegan Newell´s y River. Podríamos ir, ¿te parece?- pregunta Ángel.
-                           ¿A qué hora juegan?- inquiere Fernando.
-                           A las ocho. Nosotros salimos de la Universidad a las seis, tenemos tiempo de sobra para ir hasta el Parque Independencia- contesta entusiasmado Ángel de poder ver a su querido River.
-                           Nos cambiamos y vamos entonces- confirma Fernando, hincha de Independiente pero igualmente amante del fútbol.

Llegan a Rufino y toman la ruta 33. Ahora los pueblos y ciudades cambian de nombres pero la desolación de la pampa verde e interminable, salpicada de lagunas y silos permanece inalterable. Sancti Spiritu, Venado Tuerto, Firmat, Chabas están impregnadas del mismo anacronismo del tramo cordobés del viaje. Ahora son las camionetas de los hombres de campo las señales del atraso en el tiempo, los camiones Bedford son otras reliquias con las que se cruzan los sorprendidos viajantes. Queda ya el último tramo del agotador viaje. Sanford, la gran Casilda – donde se detienen a comprar algo para comer- y las pequeñas Zavalla y Pérez son las últimas ciudades por atravesar ante del ingreso a Rosario. Cerca, Rosario siempre estuvo cerca, tu vida siempre estuvo cerca y esto es verdad.

Y al final, por la Avenida Presidente Perón, entran en la ciudad. Cruzan la Avenida de Circunvalación y penetran en la intrincada urbe.
- Rara Rosario, enorme Rosario, fascinante Rosario- reflexiona en voz alta Fernando. - El tránsito es un quilombo. Los rosarinos manejan como la mierda. Las calles no tienen carteles indicadores, por lo que encontrar una dirección es una quimera. Los peatones cruzan por cualquier parte, salvándose por milagro de terminar estampado en el capot de un Renault 12. Dios debe ser rosarino para proteger así a estos inconscientes. ¿Renault 12? La puta madre, sigue el tiempo para atrás. Nada de Corsas, de Fiestas, de Clíos, de Sienas. Todos los vehículos son viejos, como los que yo miraba pasar en la casa de mi abuelo en Santa Rosa.
- Sí , son viejos. Pero fijate que están en muy buen estado. Parece que estos tipos son todos fierreros- completa Ángel.
- O unos amarretes de carajo- agrega Fernando riéndose de su propia ocurrencia..
Es temprano. El acto inaugural del Congreso es a las nueve de la noche de ese jueves, así es que tienen tiempo para recorrer el centro. ¿Dónde queda el centro?.

-                           Vamos al Bar El Cairo. Ahí se juntaba Fontanarrosa con sus amigos en la Mesa de los Galanes. No podés venir a Rosario sin pasar por ahí- propone Fernando, siendo aprobado inmediatamente por Ángel.

Preguntan es casi la única forma de encontrar algo en esta ciudad del demonio. Llegan a la calle Santa Fe y suben hasta Sarmiento.

-                           A dos cuadras del centro, de la calle Mendoza- les había indicado una tremenda morocha de falda negra y pechos rebeldes, lamentándose después los dos frustrados casanovas de su morosa lentitud montañesa.

Los dos amigos se sientan en una de las mesas contiguas a la ventana. Le piden dos cafés al mozo. Ángel es el encargado de hacer la obligada pregunta.

-                           Maestro, ¿cuál es la mesa de los galanes?
-                           Esa, la última al lado de la barra- responde el atento mozo.
-                           ¿Y en qué silla se sentaba Fontanarrosa?. Le explico, nosotros somos profesores de Literatura, somos de Mendoza, y vinimos a Rosario por un Congreso, pero lo que más queríamos era venir acá- amplía Ángel.
-                           Se sentaba no. Se sienta. El Negro sigue viniendo. Como siempre- responde extrañado el mozo.
-                           ¿Cómo que se sienta? Si está muerto.
-                           ¿Muerto? Usted está en pedo mi amigo- dice el mozo, yendo a buscar los cafés y lanzando furtivas miradas hacia la mesa, absolutamente convencido de que los mendocinos son dos orates declarados.
-                           ¡El diario!- dice de pronto Fernando, como si hubiera comprendido algo que estaba presente ante sus narices, y estuvieran cegados ante esa realidad,  y sale disparado hacia el auto. Vuelve en segundos con el periódico comprado en Villa Mercedes. Juntos lo hojean y entienden el porqué del anacronismo automotor y. del asombro del mozo. La página de policiales cuenta sobre un accidente de tránsito ocurrido en la Ruta 7 en San Luis, a la altura de la cumbre, entre un Toyota Corolla proveniente de Mendoza, con dos personas en su interior y un colectivo que viajaba desde San Nicolás rumbo a la provincia cuyana. Los dos hombres del automóvil habían muerto inmediatamente, en medio de una torrencial lluvia de otoño. El Bar El Cairo no era otra cosa que el cielo, un cielo de mesas de madera, de servilletas de papel, de olor a cigarrillo, de bohemia, ginebra y maní salado.

viernes, 15 de abril de 2011

PRIMER AMOR

-                           ¿Te acordás de Julieta Correas?- preguntó de pronto Flavio Nuñez a su amigo Navarro.
-                           ¿Quién?- contestó Nelson, más ocupado en observar a una portentosa morocha que pasaba por la vereda del Café El Refugio, que en la conversación de su amigo de la infancia.
-                           Julieta Correas- insistió Nuñez. -La hija del doctor. La que vivía en la casa frente a la cancha de Junín-.
-                           ¿La rubiecita de trenzas?. Sí, ahora me acuerdo. Se fue a Mendoza cuando estábamos en sexto. Pero: ¿a qué viene ese recuerdo?-inquirió un extrañado Navarro a su melancólico compañero.
-                           Fue mi primera novia. Mi primer beso se lo dí a ella- respondió Flavio enfáticamente con la mirada perdida en el pasado.
-                           Sí, ahora me acuerdo bien. Vos le diste el primer beso pero después se escondía en el rincón infantil de la Blanco Encalada con Ariel Rubiales- dijo Nelson, riendo a carcajadas ante la excentricidad de la evocación de su mejor amigo.
-                           Sos un boludo. No entendés nada- contestó Nuñez levantándose de la mesa y yéndose del café furioso, dejando plantado al imprudente.
Se fue hasta su casa caminando, rechazando ser llevado por quien se burlaba de su renacido amor. Había vuelto a sentir el pecho oprimido por una mujer y no estaba dispuesto a aceptar que cualquier infeliz, por más amigo que fuera.

Esa noche a Nuñez le costó dormirse. Las añoranzas de la pasión infantil retornaron a su memoria. Un acto del veinticinco de mayo, en el que la señorita Marta formó las parejas para bailar el candombe e, intencionalmente, lo unió a la adorada rubiecita. Los ojos celestes de Correa desplazaron rápidamente a las decenas de ojos de las distintas mujeres que pasaron por su vida, y ahora, en un instante, desaparecían para siempre de su existencia. La remembranza de un picnic en la plaza de Junín en el que le dio su primer – y único- beso lo terminó de convencer de que debía buscarla a como diera lugar. Finalmente, a eso de las cuatro y cuarto de la mañana Flavio se durmió. Se soñó otra vez niño. Sentado en un banco de la plaza con el guardapolvo puesto,  compartía un paquete de galletas Manón con Nelson, aunque extrañamente el amigo vestía traje y corbata negros, atuendo más adecuado al oficio de empleado del Banco Nación actual que del infante de antaño. De pronto se abrían las nubes blancas y gordas y descendía cual querubín la bella, la dulce, la inconmensurable Julieta Correas, vestido con un reluciente guardapolvo Arciel y con dos doradas alas en la espalda. Sus pies estaban descalzos y desde el cielo la hermosa chiquilla le decía:
-                           Flavio buscame, estaré siempre donde quieras que esté.

Al día siguiente amaneció con la firme determinación de encontrar a su amor de la infancia. Cumplió con responsabilidad su labor como empleado judicial, y volvió a su departamento de soltero, a cocinar para dormir después una siesta reparadora. Al despertar llamó a su amigo para disculparse por el arranque de la noche anterior, y acordaron juntarse a tomar un café esa misma tarde. Otra vez en El Refugio Nuñez refirió a Navarro su proyecto de rescate del pasado. Navarro creyó con certeza que su amigo había enloquecido, pero tuvo la precaución de esta vez no mofarse del frenesí romántico de su interlocutor y prometió ayudarlo a buscarla, guardándose para si mismo la firme convicción de que Flavio superaría pronto este delirio.

A través de un par de llamadas a los compañeros de primaria más fáciles de ubicar comenzó el plan de Navarro para complacer a su enamorado amigo. Los primeros en contactar fueron Castro y Ortiz, quienes seguían viviendo en Junín. Les preguntó por la rubia Correas, pero nada sabían. Allí surgió la idea. Organizarían una cena de reencuentro. No era una fecha especial, pero la excusa era válida para el reencuentro. Nelson continuó con sus llamadas y de a poco fueron coordinando fecha y lugar. Sería el veinte de febrero en la pizzería. Para llamar la atención de los que vivían lejos publicó en los diarios Los Andes y Mendoza sendos avisos clasificados, anunciándolo también por la LV 10. Todo estaba en marcha.

A Nuñez la idea le pareció brillante y comenzó a hacer planes para la fecha. Faltaban veinte días, tendría que comprar ropa para estar elegante y atractivo para ella. ¿Se habría casado? ¿Seguiría siendo tan linda como a los ocho años?. Difícil de saberlo, el tiempo no pasa en vano. Los primeros días pasaron con relativa calma para Flavio, pero a medida que el momento se acercaba sus nervios se crispaban, tornándose poco más que insoportable para sus allegados. Se paraba frente al espejo a ensayar las palabras que le diría, y hasta imaginaba las respuestas de la mujer. Definitívamente estaba perdiendo la razón y la única cura era volver a verla.

Y la esperada noche llegó. Nuñez fue el primero en arribar, su amigo Navarro lo estaba esperando. De a uno se fueron haciendo presentes. Aranda, la que hace unos años fue coronada reina del departamento. El Negro Castro, eterno bromista  y líder natural. Ceballos, la otrora poseedora de una ceñida cintura, ahora devenida en mastodónica matrona. Flavio saludaba a todos, y por encima de los hombros del recién llegado miraba hacia la puerta en busca de su chica.

Ya habían comenzado a comer cuando de pronto pareció que una luz inundaba el salón. O al menos eso le pareció a Nuñez. La rubia Correas apareció ante el umbral. No era como la recordaba, pobre iluso de él que buscaba un rostro de niña en una mujer de treinta años. Ante él emergió una espléndida dama elegante, refinada, etéreas, inolvidable. El corazón de Flavio era un caballo desbocado. La doctora Correas, porque era médica igual que sus padres, había elegido estar frente a su enamorado. ¿Se daría cuenta de su desbordada pasión? Sí, seguro, lo suyo era demasiado obvio.

-                           Parece que somos los únicos solteros de la mesa- descargó Julieta sobre un azorado Nuñez.
De la excitación que lo embargaba se le escabulló de las manos el tenedor, lo que provocó una risita cómplice de su vecina. A partir de ese momento no existió más nadie para los dos. Entablaron una extensa conversación, y al hablar lo seducía aún más. Estaba feliz de haber provocado este encuentro, más aún al saber que Julieta estaba divorciada, sin haber tenido hijos con su ex marido. Ella le habló de su consultorio, de su trabajo en el Italiano, de sus perros, de sus caminatas por el parque. Él de su rutina de empleado público, de sus tardes de café y sus sábados de casino, de sus delirios literarios y sus soledades dominicales. Y se fueron. Se fueron juntos, apurando los abrazos y los besos con sus ex compañeros, acelerando los pasos, urgidos por el arrebato venéreo renacido. Al subir al auto de Nuñez les llamó la atención en la vereda de enfrente la sombra de un niño, considerando la hora y la llovizna reinante. Detenidos unos segundos en la visión la sombra se escabulló.
-                           Ahora te quiero de nuevo – dijo ella.
-                           Yo siempre- respondió él.

En la esquina de la casa de Flavio sonaron pisadas, corridas chapoteando en el agua. La resonancia era de pies de niños. Se oían risotadas y canciones infantiles. ¿Qué pasaba en esa ciudad, en la que dos mocosos jugaban bajo la lluvia, a las dos de la mañana?.
-                           ¿ Oíste eso? – preguntó el inquieto enamorado.
-                           Sí, y la canción me resultó conocida, como las que cantábamos en nuestra época.- contestó ella.

Corrieron  hasta la esquina pero no había nadie allí. Las ventanas de las casas estaban cerradas y ni siquiera una luz se asomaba desde el interior. Inquietos volvieron, pero entre besos, e indecencias dichas al oído cerraron la puerta con llave, y se dirigieron con ansiosa prisa al dormitorio del soltero. Las caricias inundaron la habitación. Parecían amantes que recuperaban su gimnasia amatoria después de años de abstinencia, cuando en verdad era la primera vez que estarían juntos. Más al levantar la cerviz la doctora Correas lanzó un grito de horror que se dirigía a la puerta. Dos niños observaban la escena, con lágrimas en los ojos y un gesto desgarrador en sus rostros. Se vistieron rápidamente movidos por el pudor y el miedo y los observaron mejor. La niña tenía el cabello rubio, y una trenza le caía por la espalda. Tenía unos bellos ojos de cielo. El varón era moreno, y con una mirada en la que se adivinaba la picardía inocente de un rapaz de barrio. No eran otros que Julieta Correas y Flavio Nuñez, pero a los diez años, con la frescura de su candor infantil, ayuno de desilusiones y desengaños, con el alma limpia de rencores y mezquindades, azorados ante esos dos adultos despojados de sus ropas que se miraban, casi desconociéndose.

lunes, 11 de abril de 2011

EL DELATOR



          Todo comenzó con una típica tormenta de verano. El cielo de Mendoza se fue poblando de nubes desde temprano en aquel Viernes Santo. Era extraño que ocurriera en el mes de abril, pero el año 2050 había sido particular en sus meteoros y el nuevo año transitaba entre vientos, lluvias y pequeños temblores en la tranquila ciudad montañesa. Los nubarrones al aparecer eran azules, pero ahora semejaban inmensos copos de algodón abarcando el cielo en toda su extensión. El Padre Horacio finiquitaba los últimos detalles de los clásicos actos litúrgicos en el Calvario, pero al observar la bóveda celeste tuvo una nefasta premonición, este día no sería como cualquiera.
           
            Fue hasta el mueble donde guardaba sus documentos personales y extrajo el cuaderno que tenía oculto hasta que llegara el momento indicado. Y este parecía serlo. Se sentó ante su escritorio y tuvo que prender la luz a pesar de ser las diez de la mañana. La calle se hallaba envuelta en sombras, llena de noche. En la vereda se oían los pasos apurados de la gente que trataba de llegar lo más rápido posible a sus casas. Tuvo una nueva visión. Tendría que suspender la misa, ya que seguramente no arribarían feligreses para celebrarla. Comenzó a anotar nombres mecánicamente, los que recordaba, para entregarle al ángel de la muerte cuando llegara, una lista exhaustiva de los pecadores de su sección. Horacio se sentía imbuido por no se que autoridad para señalar a los transgresores de las leyes de Dios. Afuera, en el patio de atrás de la Iglesia, se escuchaba un sonido tableteante sobre las chapas de zinc de la galería. Con su mano derecha movió la cortina y vió como el granizo, del tamaño de un grano de arroz, caía incesantemente.

            Puso inicio a su listado con los perezosos, aquellos que hacen de su vida un mero pasar. La pereza es el más metafísico de los pecados capitales, en cuanto está referido a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia de uno mismo. Es también el que más problemas causa en su denominación. Tomado en sentido propio es una tristeza de ánimo que aparta al creyente de las obligaciones espirituales o divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran. Bajo el nombre de cosas espirituales y divinas se entiende todo lo que Dios nos prescribe para la consecución de la eterna salud, como la práctica de las virtudes cristianas, la observación de los preceptos divinos, de los deberes de cada uno, los ejercicios de piedad y de religión. Concebir pues tristeza por tales cosas, abrigar voluntariamente, en el corazón, desgano, aversión y disgusto por ellas, es pecado capital. Tomada en sentido estricto es pecado mortal en cuanto se opone directamente a la caridad que nos debemos a nosotros mismos y al amor que debemos a Dios. De esta manera, si deliberadamente y con pleno consentimiento de la voluntad, nos entristecemos o sentimos desgano de las cosas a las que estamos obligados; por ejemplo, al perdón de las injurias, a la privación de los placeres carnales, entre otras; la acidia es pecado grave porque se opone directamente a la caridad de Dios y de nosotros mismos. Considerada en orden a los efectos que produce, si la acidia es tal que hace olvidar el bien necesario e indispensable a la salud eterna, descuidar notablemente las obligaciones y deberes o si llega a hacernos desear que no haya otra vida para vivir entregados impunemente a las pasiones, es sin duda pecado mortal. El nombre de Pedro Ormeño, aparecía como el sinónimo hecho carne de la acedia. Afuera, una excepcional lluvia de pájaros muertos golpeaba contra los vitrales de la catedral, produciendo un ruido insoportable. Se podía ver la calle San Martín convertida en un fétido cauce de sangre que fluía hacia las casas de los aterrados vecinos.
            La sanguinolenta precipitación cesó. El sacerdote se permitió salir del templo y comprobó con horror no contenido el cuadro que había dejado el fenómeno. Palomas y pájaros de todo tamaño yacían en la calle, inundada de sangre lo que la hacía resbaladiza para automóviles y peatones. Los árboles estaban desnudos de hojas y ramas, víctimas de un adelantado invierno artificial. De pronto se oyó un estruendo que provenía del pedemonte. Desde la posición de Horacio se observaba una gran polvareda en los cerros. Un torrente de rocas había caído sobre el dique Papagayos, que luego de su reforma actuaba como cedazo de los aludes. De pronto avanzó un mar de lodo sobre la ciudad. Quienes se encontraban en la calle volvieron aterrorizados a sus casas. El padre subió al primer piso, llevando su libro de anotaciones bajo el brazo. Había sonado la segunda trompeta del Día Final, la de la montaña precipitándose al agua. Subió corriendo las escaleras y desde su privilegiada posición lo observó todo. El barro viajaba a gran velocidad por las calles arrastrando todo lo que encontraba a su paso. Mezclados con el lodo marchaban automóviles, plantas del Parque San Martín y personas que no habían sido tan rápidos para llegar a sus casas. El padre volvió a tomar su lapicera y marcó a los que él entendía que padecían del pecado capital de la codicia. Simón Fernández, el inalcanzable dueño del oro mendocino encabezaba la lista, más allá de que el alud habría arrastrado con él y su propia avaricia. Tomás de Aquino escribió que la avaricia es un pecado contra Dios, al igual que todos los pecados mortales, en lo que el hombre condena las cosas eternas por las cosas temporales. En el Purgatorio de Dante, los penitentes eran obligados a arrodillarse en una piedra y recitar los ejemplos de avaricia y sus virtudes opuestas. Avaricia es un término que describe muchos otros ejemplos de pecados. Estos incluyen deslealtad, traición deliberada, especialmente para el beneficio personal, como en el caso de dejarse sobornar. Búsqueda y acumulación de objetos, robo y asalto, especialmente con violencia, los engaños o la manipulación de la autoridad son todas acciones que pueden ser inspirados por la avaricia, por lo que este listado era más numeroso que el de los perezosos.

            La Tierra estaba siendo castigada por los vicios de sus habitantes, y caían una a una las Babilonias del norte y del sur. Lo que siguió a la lluvia de sangre y el alud fue una catástrofe de enormes magnitudes ya imposible de combatir. Un enorme asteroide caía en el desierto sanjuanino, liberando una trágica nube de polvo suspendido que no tardó en llegar a la ciudad. El cielo ennegreció, llevándose para siempre el Sol, la Luna y las Estrellas. Los metales que traía la enorme bola de fuego contaminaron las aguas y ya no fue posible beberlas sin morir al instante. Horacio prendió una vela, porque también había sido destruída toda fuente de energía natural o artificial. El terror comenzaba a apoderarse de él, pero no dejó de hacer su infame oficio de escriba mortuorio. Era el turno de los irascibles. La ira puede ser descrita como un sentimiento no ordenado, ni controlado, de odio y enojo. Estos sentimientos se pueden manifestar como una negación vehemente de la verdad, tanto hacia los demás y hacia uno mismo, impaciencia con los procedimientos de la ley y el deseo de venganza fuera del trabajo del sistema judicial llevando a hacer justicia por sus propias manos, fanatismo en creencias políticas y generalmente deseando hacer mal a otros. Una definición moderna también incluiría odio e intolerancia hacia otros por razones como raza o religión, llevando a la discriminación. Las transgresiones derivadas de la ira están entre las más serias, incluyendo homicidio, asalto, discriminación y en casos extremos, genocidio. La ira es el único pecado que no necesariamente se relaciona con el egoísmo y el interés personal. El inventario de los poseedores de ira era encabezado por un par, el arzobispo, quien para Horacio era reaccionario y anticuado, odiando a homosexuales, comerciantes, artistas y líderes de otras religiones, despotricando desde su púlpito contra todos los que no pensaban como él. Sí, con todo el dolor del alma el arzobispo debía ser escarmentado.

Las aguas sabían a azufre y era imposible beberlas. Sonaba la cuarta trompeta. Todos morirían de sed, y solo escaparían a esta peste los justos, entre los que se contaba a sí mismo el padre Horacio, más allá de que se apoderaba del delator el ansia de agua. En las calles perros y gatos callejeros se dejaban morir en los umbrales, convencidos de que la inanición los terminaría consumiendo. En el inventario del cura se anotaban ahora los lujuriosos. La lujuria son los pensamientos posesivos sobre otra persona. Debido a su intrínseca relación con la naturaleza sexual, la lujuria en su máximo grado puede llevar a compulsiones sexuales o psicológicas , incluyendo la adicción al sexo, el adulterio y la violación. El concepto que Dante tenía de la lujuria era el amor hacia otras persona, lo que pondría a Dios en segundo lugar. Aquello no podía ser permitido y la adúltera Miriam, la devota e hipócrita Miriam primaba sobre todos los lascivos, habiendo incluso puesto en duda hasta su propia vocación de sacerdote.

Ya faltaba poco para el final. Los ángeles de la muerte no tardarían en aparecer para llevarse el cuaderno y comenzar su lúgubre trabajo. ¿Sabrían los enviados del Señor quienes eran los justos y quienes los pecadores de la ciudad? Era probable, pero lo mejor era asegurarse un lugar en el paraíso, al lado de Cristo, de sus apóstoles, de sus ángeles. No había que dejar nada librado al azar. Siguió con su abyecta tarea. Era el momento de consignar a los detentadores de la gula. Marcada por el consumo excesivo de manera irracional o innecesaria, la gula también incluye ciertas formas de comportamiento destructivo. De esta manera el abuso de substancias o las borracheras pueden ser vistos como ejemplos de gula. En la Divina Comedia de Alighieri, los penitentes en el Purgatorio eran obligados a pararse entre dos árboles, incapaces de alcanzar y comer las frutas que colgaban de las ramas de estos y por consecuencia se les describía como personas hambrientas. Ese era el rumbo que tomaría Gerónimo Suárez, conocido libertino que comulgaba todos los domingos, cual si fuera un gran virtuoso. A Horacio como sacerdote le provocaba repugnancia tamaño fingimiento, pero debía cumplir con su labor sacerdotal más allá de quien tuviera enfrente. Mas ahora la calamidad próxima le daba la oportunidad de borrarlo de la faz de la Tierra. De pronto un sonido infernal llegó desde el exterior. Cerró prontamente las ventanas de su guarida y volvió a ennegrecer el firmamento, ahora por una insólita invasión de insectos. Moscas, mosquitos, escorpiones invadían la ciudad por el cielo. La vereda parecía trasladarse de oeste a este, cuando en verdad lo que se movía era un repulsivo ataque a los humanos espacios por parte de arañas y cucarachas.

La claustrofobia comenzaba a ahogar al tonsurado acusador. Abajo, en la nave de la iglesia se escuchaban pasos incesantes que de a poco se acercaban por la escalera circular. Se apresuró entonces a asignar el último círculo del infierno a los envidiosos. En su creciente demencia Horacio se sentía elegido por un plan divino para depurar el planeta, o al menos su ciudad. Aquellos que cometen el pecado de la envidia desean algo que alguien más tiene, y que perciben que a ellos les hace falta, y a consiguiente desear el mal al prójimo, y sentirse bien con el mal ajeno. Dante la definió como amor por los propios bienes pervertido al deseo de privar a otros de los suyos. En el purgatorio de Dante, el castigo para los envidiosos era el de cerrar sus ojos y coserlos, porque habían recibido placer al ver a otros caer. ¡Qué felicidad tendría de ver con los ojos sellados a su hermano Aurelio! Su envidioso pariente no soportaba su cercanía al poder, el favor que recibía de su familia, orgullosa de tener un hombre de Dios entre su miembros. Era claramente el peor de los resentidos y merecía el dedo acusador que caía sobre él. Los pasos resonaban en el pasillo y de pronto se detuvieron ante la puerta.

Feliz de haber sido escuchado por la Divinidad abrió la puerta. Apareció ante él un ser celestial como solo había podido observar en los libros hagiográficos. Era bello, como ningún hombre conocido, como ninguna mujer. Su rostro era lívido, etéreo, transparente. Su boca estaba adornada por una sonrisa maliciosa. Su enorme altura intimidaba, y al mismo tiempo atraía. Estaba envuelto en una túnica negra y portaba una dalla entre sus manos. En la arista del arma caía una gota de plomo caliente. Horacio se apresuró a darle, con manos temblorosas y bañado en sudor, su libro maldito. El ángel lo observó. Fueron segundos eternos para el cura. Tomó el libro y lo arrojó violentamente contra la puerta de madera.

-                           Mi Padre no necesita de tu delación para administrar justicia en este mundo- dijo el Mensajero de Dios. – Vengo a buscarte a ti, por tu pecado de soberbia. Sólo el Señor es capaz de delimitar quien debe ser salvado y quien debe ser condenado. Tú, espíritu simple, no tienes esa investidura y, por lo tanto, debes pagar por tu osadía-.

Ante la vista horrorizada de Horacio el Ángel tomó una apariencia bestial, con doce ojos que caían sobre el abatido sacerdote, apretó con fuerza el cuello del pelele y la gota de plomo entró por su garganta, quemándolo de a poco, la muerte más horrorosa que pudiera haber imaginado.

Afuera, la ciudad había recobrado lentamente su normalidad. Los fuegos de los incendios habían sido apagados por una oportuna lluvia. Los insectos viajaban hacia otras latitudes. La gente se unía para limpiar los restos de animales muertos y de los imprudentes que habían tenido la temeridad de salir en medio de la tempestad, el agua de la precipitación borraban todos los rastros de sangre. El lodo se secaba y era barrrido por las máquinas municipales. Todo volvía a su curso. Dios le daba, una vez más, una nueva oportunidad al mundo.